Un accidente
Con 23 años un accidente de moto muy grave amenazó mi vida. Una lesión nerviosa de pronóstico irrecuperable para la movilidad del hombro izquierdo me colocó de golpe en la pregunta ¿y ahora qué? ¿ahora qué hago?. En esa época estudiaba Educación Social en la Universidad de Valladolid.
Un encuentro terapéutico
Cuando terminé mis estudios, una y otra vez me preguntaba “¿cómo voy a estar ayudando a las personas a mejorar su vida si la mía está patas arriba y no sé ayudarme?” Estaba confusa y perdida y no lo sabía. Mi vínculo con el arte estaba roto.
Despacio, con susto, a ciegas, y sin saber dónde me metía, contacté y comencé la formación de Arteterapia y Terapia Gestalt con Elvira Gutiérrez en Madrid, quién me transmitió su amor y confíanza en el acto y la creación artísticas como brújula.
Fue un regalo cuando en uno de los talleres dentro de este proceso de la formación descubrí la mirada cómplice de Gadea Quintana y su trabajo con el cuerpo a través de la unión del teatro, la vida, la creación y el enfoque de la Terapia Gestalt. Su enseñanza fue despertar en mi corazón que el Vacío me recuerda que estoy viva.
Descubrí mi cuerpo, que en él hay vida y que siento. Encontré un nuevo lenguaje que abrió y amplió mi mirada. Áquel taller coincidió con el día de mi cumpleaños.
Me mudé y fui a vivir a Madrid.
Una danza
Sentía un profundo deseo por mantener y alimentar el contacto con el teatro y la creatividad. El interés por el encuentro, recuperación y expresión de mi naturaleza interior, continué la exploración con el proceso de formación en La Canoa de Papel-Escuela de Teatro Gestalt en Madrid. Este deseo artístico me permitió vivir el sufrimiento y liberarlo a través del juego creativo y compartirlo en grupo.
De casualidad, recién llegada a Madrid, y guiada por la búsqueda de posibilidades para reactivar el movimiento del hombro izquierdo, descubrí la danza Butoh con Jonathan Martineau.
la danza como espacio donde soñarse, donde volverse. La danza como vacío.
El arte y la danza me ayudaron a darle sentido, a confiar y recuperar el significado de mi vida.
El recuerdo
Haciendo Surco viene del recuerdo, del encuentro. De la búsqueda.
Siendo pequeña, jugaba con mis dos amigas imaginarias. Se llamaban Betis y Adela. Un día se fueron.
Nací en Valladolid; me crié cerca del río. Los fines de semana y vacaciones viajaba con mis padres y con mi hermano al pueblo de mi abuela materna, una zona de Zamora cerquita de los Arribes del Duero que hace frontera con Portugal. Mi bisabuela también vivía allí. En familia, participábamos en las tareas tradicionales del campo: sembrar patatas, ir a recoger leña, ir al huerto y regar con el agua del pozo, cuidar a los animales, amasar pan, sentarnos al brasero, llenar la bolsa de agua caliente para ponerla en la cama los meses de invierno en aquel colchón de lana… . A día de hoy, el olor a chimenea y lumbre, a madera de encina y roble, a tierra de huerto mojada y el gritar del fuego con sus formas, son recuerdos en los que mi corazón sonríe.
Hasta los 9 años fui a clases de teatro.
Y la primera vez que ví el mar, salté una ola cerca de la orilla.
La memoria muestra un lugar nuevo.
* Imágenes de la pieza BLANCO ROTO, creada durante el proceso de Creación Escénica de La Incubadora con Matilde J. Ciria. Fotografías de Miquel Soleto.